Para COMPRAR, primero hay que CONOCER
La página “sobre mí”.
¿Codeína para cotillas o una potente herramienta de ventas?
En 2017, se hizo una encuesta a miles de personas sobre el cotilleo.
Un 88% opinaba que los españoles somos cotillas.
Solo un 20% reconoció serlo.
Conclusión: un 20% fue sincero.
El 80% restante tenía una poderosa objeción: El cotilleo no está muy valorado a nivel social.
El “eso no está bien” de toda la vida.
Pero hay algo que no tuvieron en cuenta…
Somos una especie cotilla.

El cotilleo es oro puro para relacionarte.
Y sin relación, no hay transacción.
Ni marca.
Ni ná.
Apúntate a esta newsletter.
Y te envío correos para cotillear y vender:
Y tú, de ¿quién eres?
Yo soy Bea.
Bea… ¿pero qué Bea?
Pues mira…
En los 90 había una muñeca que se vendía como churros, la “Bea, anda y gatea”.
La cancioncita del anuncio se te pegaba como un chicle a la suela del zapato.
Me la cantaron unas 276.458 veces.
En diferentes versiones.
Mi sentido del ridículo en su máximo apogeo, se encargó del resto.
Y con los años, la cosa no mejoró…
En mi pandilla del pueblo éramos 2 Beas.
En clase de inglés me sentaba al lado de otra Bea.
El instituto pulverizó el récord: 3 Beas en clase.
La frase me persiguió durante años:
Bea, ¿pero qué Bea?
Los profesores rara vez recordaban mi nombre.
En clase me sentaba al lado de Macarena.
Aún puedo oír a Tirso, el profesor de Física diciendo:
“A ver, la compañera de Macarena”.
…
El tema me escocía. Por supuesto, también se lo eché en cara a mi madre.
Ella, cinturón negro en el noble arte de ignorar gilipolleces, cortaba por lo sano:
- Te llamas Beatriz incluso antes de nacer, desde que leí “La Divina Comedia”
Gracias por nada, Dante.
¿Crees que exagero?
Según el INE, me puedo cruzar por la calle con otras 122.917 Beatrices.
Con una media de edad parecida a la mía.
Repetidas, multiplicadas cuan soldaditos del señor gordo de Corea de Arriba.
Todas iguales.
Todas desapercibidas.
Y oye, pasar inadvertido es útil si está por allí Will Smith.
Si lo que quieres es vender, igual ya no es tan bueno.
Pero tiene solución.
La newsletter para dejar de sonar como los demás.
Y no volver a competir por precio.
¿Dónde encontrar lo que te hace diferente?
En uno de mis primeros trabajos en la tele, tenía un compañero con el que compartía sobredosis de cafeína diaria.
Don Zacarías.
Un jueves, en mitad de la primera dosis, apareció por el bar otro colega de profesión al que yo no conocía.
Cuando nos presentó, Zaca dijo:
Mira, esta es mi compañera, La Estévez.

Ya me habían llamado así en otras ocasiones.
Mi singularidad estaba ahí desde el principio y era una manera clara de diferenciarme.
No me había dado cuenta porque estaba ocupada quejándome.
Y porque no pensé que la diferencia podría venir de algo que yo consideraba cotidiano y ordinario.
Pero cambiar la forma de mirar fue decisivo.
Tanto que empecé a presentarme así.
Tan decisivo que cada vez más gente me identificaba.
Tan decisivo que nunca más he tenido que escuchar eso de:
Bea… ¿pero qué Bea?
Diferenciación sin fuegos artificiales.
¿Por qué te eligen a ti?
Cuando un cliente no es capaz de distinguir entre tu propuesta y la de tus competidores y no encuentra ninguna razón para elegirte, entonces la diferenciación está en el precio.
Si vendes servicios, regalas tu tiempo
Si vendes productos, regalas tu margen de beneficio. Y tu tiempo.
Es fácil quemarse.
Por no hablar de las canas y las arrugas extra.
Pero, ¿cómo vender diferenciación si está todo inventado?
Una vez más… la respuesta es simple (que no sencilla):
No necesitas revolucionar la industria o romper el mercado con un invento ultra mega innovador.
La gente no espera una revolución creativa o tecnológica, espera razones para comprar.
Quieren saber cómo se adapta tu producto o tu servicio a su estilo de vida.
Con esto sí que podemos hacer algo: